La humanización de las mascotas

Sé que me van a salir haters (‘odiadores’ de esos que se levantan por la mañana y dicen hoy voy a odiar a….) por un tubo, asumiré las consecuencias, pero lo que vi hace 20 años en algunos países ya ha llegado. ¡Ah! Tranquilidad tengo perro, más de 30 años de mi vida he convivido con perro, así que he visto la evolución de nuestra sociedad.

Cuando comencé a escribir en este blog, me propuse escribir no solo de fisioterapia, o Rolfing. Sino de aquello que me preocupa, ocupa interés para mí o para los demás, por si acabas de aterrizar en mi web.

La humanización de las mascotas, lejos de ser una expresión de amor incondicional, se ha convertido en un síntoma de desequilibrio en nuestras prioridades como sociedad. Vestir a un perro como si fuera un humano, celebrar su cumpleaños con fiestas más opulentas que las de un niño o proyectar nuestras emociones en ellos no solo desvirtúa su naturaleza, sino que revela un vacío emocional que tratamos de llenar a través de ellos.

 

El antropomorfismoatribuir características humanas a animales

Puede parecer inofensivo, incluso entrañable, pero cuando se lleva al extremo, tiene implicaciones serias. Esta tendencia refleja un fenómeno más amplio de nuestra era: la desconexión emocional entre las personas y la búsqueda de consuelo en relaciones menos demandantes. Autores como John Archer, experto en psicología evolutiva, destacan que nuestras conexiones con las mascotas suelen ofrecer “amor incondicional” y “seguridad emocional”, algo que, paradójicamente, muchas veces nos resulta más complicado obtener en nuestras relaciones humanas (¿Why Do People Love Their Pets?, 1997).

Mientras miles de personas se enfrentan a soledad, abandono o dificultades extremas, la atención y recursos que se destinan a humanizar a los animales contrastan dolorosamente. En su libro Some We Love, Some We Hate, Some We Eat, Hal Herzog explora cómo proyectar nuestras emociones en los animales nos permite evitar el complejo entramado emocional que supone interactuar con otros seres humanos. Esto no es un ataque a quienes aman a sus mascotas, sino una reflexión sobre cómo, al desbordar ese amor hacia un antropomorfismo absurdo, olvidamos lo que realmente define nuestras relaciones humanas: la empatía activa, el diálogo y el apoyo mutuo.

 

La paradoja de las prioridades humanas

Es revelador observar que en sociedades donde se idealizan los animales como sustitutos emocionales, las tasas de soledad y aislamiento social se disparan. Un estudio de la Universidad de Cambridge en 2018 encontró que, en hogares con mascotas, las interacciones sociales entre humanos disminuían en un 30% si los dueños trataban a sus animales como iguales. Este dato refuerza la idea de que, aunque las mascotas pueden ser una fuente de compañía, su humanización extrema puede perpetuar la desconexión interpersonal.

Por otro lado, autores como Eva Illouz (Consuming the Romantic Utopia) sugieren que la cultura del consumo ha redefinido nuestras relaciones, moldeándolas bajo parámetros más transaccionales y menos emocionales. Este enfoque podría explicar por qué buscamos relaciones con mascotas que no nos confronten con conflictos ni demandas complejas, a diferencia de las relaciones humanas, que requieren vulnerabilidad y esfuerzo.

 

Las consecuencias para las mascotas

Además de las implicaciones sociales, el bienestar animal también se ve afectado. El antropomorfismo extremo puede llevarnos a ignorar las verdaderas necesidades de nuestras mascotas, desde una dieta adecuada hasta comportamientos específicos de su especie. Temple Grandin, experta en comportamiento animal, explica en su obra Animals Make Us Human cómo interpretar y satisfacer las necesidades reales de los animales, algo que se pierde cuando intentamos convertirlos en “pequeños humanos”.

Las mascotas no necesitan ser humanas. Necesitan que respetemos su esencia animal, que les brindemos cuidado, espacio para desarrollar sus comportamientos naturales y, sí, cariño. Pero cuando una mascota ocupa el lugar de un hijo o amigo porque evitamos conectar con personas reales, algo falla en nuestra capacidad de enfrentar el mundo.

El verdadero horror es que, en nuestra obsesión por maquillar la soledad y la desconexión, estamos relegando a las personas a un segundo plano. ¿Es más fácil entender el lenguaje de un perro que la complejidad emocional de un ser humano? ¿Es menos incómodo comprarle ropa a un gato que ofrecer ayuda a un vecino? Tal vez la respuesta nos haga reflexionar sobre lo que realmente nos falta como sociedad.

 

Bibliografía ampliada

  • Herzog, H. (2010). Some We Love, Some We Hate, Some We Eat: Why It’s So Hard to Think Straight About Animals. Harper Perennial.
  • Illouz, E. (1997). Consuming the Romantic Utopia: Love and the Cultural Contradictions of Capitalism. University of California Press.
  • Archer, J. (1997). Why Do People Love Their Pets?. Evolution and Human Behavior, 18(4), 237–259.
  • Grandin, T. (2009). Animals Make Us Human: Creating the Best Life for Animals. Houghton Mifflin Harcourt.
  • University of Cambridge Study on Social Isolation and Pet Ownership.